aquella tarde los cines olían a membrillo, y en las luces recién nacidas de la peatonal nos encendimos nuevos. Nuevos éramos, y olíamos a novedad. Tus manos eran dos valles, suavidades prometiendo el mundo por delante. Y de tus manos me agarraba como una piedra que cae.
refulgentes, los ojos de los transeúntes nos comían de envidia. Es que tanto amor era impudicia. Impertinentes en nuestro derecho, nos dedicábamos a quemar el mundo.
Pero no lo sabíamos.
domingo, 12 de abril de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
veo que este blog funciona con una inspiracion y una delicia particular.
los textos de aca siempre tienen algo que me gusta mucho y supongo debe ser esa poética + cotidiana no costaria nada imaginarse una escena así.
abrazos
ay ay ay!
cuántos suspiros pueden caber entre esas palabras?
del màs allà...
saludos,
Charls.
Muy hermoso. No conocía este otro lado de tu mundito. Besos
Publicar un comentario